Desde hace décadas, los adverbios acabados en mente y sus primos, los adjetivos, son víctimas de una campaña de difamación contundente, a veces orquestadas por autores reconocidos que los pusieron a parir sátiros y vampiros.
Es lo de siempre: Un famoso da su opinión y los palmeros e ignorantes la repiten como si fuese un dogma bíblico. No sé cómo es que no han sustituido eso de «no fornicarás», un poco demodé, por «no usarás adverbios acabados en mente».
Más de una vez, el beicon me ha confesado… (¿qué pasa, tú no hablas con el beicon? No sabes lo grasoso gracioso que es…). Eso, que me ha confesado, derritiéndose de pena, que se sentía hermanado con adverbios terminados en mente y sus primos. «¿Qué culpa tenemos de ser atractivos, seductores? —me dijo—. Solo falta que nos pongan un cartel como a los cigarrillos: El beicon mata. Los adverbios acabados en mente matan. Los adjetivos matan. Oye, Belda, venga, cómeme una lonchita, o dos, pero no más, ¿vale?, y disfruta de mi sensualidad toda la vida». El beicon es muy sabio.
De los adjetivos ya he hablado varias veces en este blog. Por ejemplo, cuando expliqué cómo afectan a la técnica de «mostrar, no explicar». ¿Qué mal pueden hacer estos seres inanimados sin voluntad propia? Como todo en esta vida, tienen varios usos. Un bolígrafo puede servir para escribir una carta de amor o para rascarnos la espalda. Los adjetivos pueden usarse como decoración o para ajustar un sustantivo.
También creo que el problema es económico. Sí, sí, y lo he comprobado. Hace unos años tuve un alumno cuyos textos parecían un jardín de adjetivos calificativos. Entonces le puse un precio a los adjetivos: 1 €, y le dije que escribiera tres relatos de cuatrocientas palabras cada uno. Si se gastaba más de 20,00 € o ahorraba en la redacción del primero, la diferencia se sumaría o restaría de los 20,00 € del siguiente. Del resultado final dependería quién pagaría las birras. Cuando me trajo los tres relatos, le había sobrado dinero y yo pagué las cervezas.
Al fin y al cabo, contar una historia es desplegar literariamente un conjunto de informaciones, y un adjetivo es una información «agregada» a un sustantivo para ajustarlo. No quiero un perro, quiero un perro verde. Eso hizo mi alumno, dejar solo aquellos que ofrecían una información más precisa, seleccionar sustantivos fortachones, y ahorrarse el resto para las birras.
Con los adverbios acabados en mente pasa algo más o menos parecido. Estos adverbios, en definitiva, no son más que adjetivos adverbializados con la adición de la partícula «mente». Si los adjetivos modifican al sustantivo, los adverbios acabados en mente modifican al verbo, a la acción.
Yo no los odio, ni siquiera un poquito. Pero hago lo mismo que con el beicon: los consumo con moderación, pero no porque «el camino del infierno está pavimentado con adverbios », como escribió Stephen King. Eso me la suda, creo que el infierno está aquí mismo, lo que sigue no puede ser peor.
Mi relación con los adverbios acabados en mente
Todo empezó con cierta fobia que desarrollé hacia las palabras de más de cuatro sílabas. Era una paranoia asquerosa: sentía que las palabras de cinco o más sílabas acechaban en mi bolígrafo para arruinarme el ritmo de una frase. Es más, llegué a plantearme si los bolígrafos de trazo fino serían un buen antídoto, porque como esas palabras son gorditas, espesas, imaginaba que no podrían salir por un agujero tan finito. Gilipolleces, ya lo sé.
La cuestión es que por aquellos años, esa paranoia me obligaba a estrujarme los sesos buscando otras formas de decir las cosas y así evitar las lungas, entre las cuales había muchos adverbios acabados en mente. Haciendo esos malabares literarios advertí que tras esos adverbios se ocultaban unos giros muy manoseados: los «de manera o de forma o de modo…». Avanzaba silenciosamente de forma silenciosa.
Claro, esos adverbios, en su mayoría, son de modo y sirven para explicar la manera de hacer algo. El acusado se comportaba respetuosamente de manera respetuosa. Pero ¿hay otro modo de mostrar esa «manera»? ¿Podría ser describiendo «esa manera de hacerlo»? Por ejemplo, el acusado no lo tenía tan crudo, las pruebas no eran concluyentes, pero, incluso así, estaba serio y callado. Su abogado casi le había rogado que se cuidara de sus exabruptos habituales, el juez podría llamarlo al orden por las faltas de respeto, y eso iría en su contra. No sé si es bueno, pero creatividad no le falta. Yaaaaaaa lo sé, es mucho trabajo, pero es «escribir nuestro trabajo», ¿no?
No obstante, ¿sabías que no siempre actúan como adverbios de modo puros y duros? A veces, solo indican un punto de vista, una perspectiva: actualmente, históricamente, recientemente, antiguamente. Si decimos que antiguamente se lavaba la ropa en el río, ese adverbio no se puede reemplazar por «de modo antiguo», no representaría una perspectiva temporal. También pueden utilizarse como afirmación: seguramente, verdaderamente, efectivamente…, o para indicar un orden temporal: anteriormente, primeramente, últimamente, posteriormente, seguidamente, finalmente…
Por ahí andan diciendo que los que sucumben al poder de seducción de los adverbios acabados en mente son escritores perezosos. Puede ser que haya alguno, yo qué sé, pero lo dudo. Yo digo que el problema es el de siempre: la falta de experiencia y las impericias lingüísticas y técnicas. Como ocurre con las técnicas narrativas, es importante que los escritores comprendamos la naturaleza de nuestras herramientas. Las palabras son herramientas y los adverbios acabados en mente son palabras y debemos saber cuándo es oportuno utilizarlos. A ello vamos.
Intuir la conveniencia de los adverbios acabados en mente
Siguiendo con mi historia, intuí que los adverbios de modo eran la solución perfecta para escamotear el desarrollo de una descripción o una acción. En la frase «el acusado se comportaba respetuosamente», la actitud está «explicada», pero no vemos, o no se muestra, al acusado comportándose de ese modo, ni siquiera ofrece al lector la opción de juzgar ese comportamiento. Descubrí, entonces, que si escribía «cuando Juan habló con María, le expuso sus razones desordenada y nerviosamente», me ahorraba el desarrollo de un diálogo complicado, aunque restaba la riqueza literaria que los hechos concretos aportan a la historia. A pesar de que esto último parecía lapidario, me pregunté si era bueno o malo restarle visibilidad a una escena recurriendo a uno o dos adverbios acabados en mente. Aunque suene a Perogrullo, deduje que sería bueno o malo dependiendo de las circunstancias.
En mi artículo anterior mencioné que «en el mismo equipo juegan técnicas narrativas, conocimientos lingüísticos y experiencia». El problema de cuándo usar los adverbios acabados en mente viene entretejido con el problema de cuándo mostrar y cuando explicar. Algunos fragmentos son solo bisagras que articulan dos escenas principales. Estas bisagras pueden ser una escena secundaria o un resumen/sumario, y cumplen una función muy interesante: son unidades narrativas que regulan el ritmo de la historia y la cohesionan. No se puede ni estar todo el tiempo explicando ni todo el tiempo mostrando, a no ser que se quiera obtener una medalla de oro al aburrimiento. El escritor con tablas sabe que, a grandes rasgos, las escenas principales se muestran y los pasajes bisagra se explican. Por lo tanto, es fácil deducir que si la naturaleza de los adverbios de modo es explicativa, vamos a «evitarlos» en las escenas principales.
Si has leído a conciencia, habrás notado que he escrito «evitarlos», lo cual no significa nunca, ni jamás, ni esta es la regla ni mucho menos haz esto y estarás camino al Nobel. Recuerdo una frase de Chéjov: «Suprima, allá donde sea posible, los adjetivos y los adverbios. La literatura debe grabarse de un solo golpe, al segundo». Palabras más, palabras menos, eso es lo que quiero decir.
Algo más sobre los adverbios acabados en mente
Cada autor tiene en su cabeza qué quiere conseguir cuando selecciona una palabra y desecha otra. Cuando lo que se busca es fuerza de expresión, los adverbios acabados en mente son perfectos, o al menos lo parecen. El énfasis verbal de estos adverbios es determinante en el tono de rotundidad del estilo asertivo, apropiado para artículos periodísticos —excluidos los de opinión—, informes técnicos y científicos, y todos aquellos textos cuyo valor intrínseco y eficacia resida en la objetividad informativa.
La esencia del uso de los adverbios acabados en mente, como con cualquier palabra, no es cuántos usas, sino cómo y para qué los usas. Los pies de plomo son muy útiles para evitar que un pasaje que requería un toque de rotundidad se convierta en afectación o exageración en las expresiones. Recuerdo haber sentido eso cuando leí Felicidades conyugales, de Mercedes Abad, en cuyos relatos todo era extraordinariamente, sumamente, infinitamente, condenadamente, profundamente…
Esto también afecta a los diálogos, pero de eso ya escribí en Golpes de efecto (o de defecto) en las atribuciones de los diálogos.
En el próximo artículo intentaré echar claridad sobre el asunto de los consejos de escritor. Si eres lector habitual de mis artículos, sabrás mi opinión: «…algunos de los consejos de escritores son verdades literarias universales (si es que existen), pero la mayoría son verdades personales, fruto de la experiencia o perspectiva del autor». Mis artículos y mis cursos de escritura siguen esa premisa. Lo único que pretendo es exponer mis propias perspectivas y que cada cual reflexione.
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Normalmente abuso del bacon (aunque pensaba que hablabas de Francis Bacon) y de los adverbios pero siempre se puede sustituir claramente (Sí, este adverbio es totalmente prescindible) por el tofu. Yo no suelo poner «antiguamente», soy más de decir «antes» o «tiempo atrás», sólo es cuestión de buscar la perífrasis adecuada, aunque no soy vegano y de cuando en cuando me zampo un bocadillo de bacon con queso.
Con los adjetivos, me pasa como con la sal. Uno de cuando en cuando le da sabor, pero como te pases no hay quien se lo coma.
Tampoco es bueno que se te vaya la mano con las especies tipo: pero, no obstante, sin embargo, aunque, etc. por eso, cuando escribo siempre tengo al lado mi diccionario de sinonimos y antonios.
Hola, Francisco:
Me llegaron dos comentarios tuyos casi idénticos. He dejado el segundo. Por cierto, gracias por comentar.
Aunque no escribimos beicon de la misma manera y tú eres más gracioso que yo para explicarlo, creo que coincidimos, ¿no? Interesante lo que mencionas sobre las especias lingüísticas, son rasgos de escrituras muy formales.
Un abrazo.
A mí personalmente los adverbios siempre me han gustado aunque últimamente (en los días que corren, en los últimos tiempos) he leído mucho en su contra. Creo que el lenguaje es rico porque la realidad lo es y denostar a un tipo de palabra así en general, me parece un error enorme. Lo útil es saber cuándo es apropiada cada palabra y de qué modo podemos expresar mejor lo que queremos. Por eso cuando he visto tu artículo he pensado en un principio «vaya, otro que va a meterse con los pobres adverbios»… Pero no, me ha gustado mucho.
Por cierto, creo que hay un deshecho al que le sobra una h…
Hola, Kenia, y gracias por advertirme del deshecho que he hecho. Eso demuestra que el peor corrector es el autor.
Respecto al artículo, me alegra que lo encuentres distinto. La verdad es que la mayoría de los que he leído se tiraban a la yugular de los adverbios, y creo que no hay que ser tan radical.
Un abrazo.