Vamos a ver qué es eso de la metaficción y cómo puede resolvernos algunos problemas narrativos.
En esto del arte hay conceptos sobre los que nadie se pone de acuerdo, como qué es ser escritor o qué es literatura. Tampoco ha aparecido el genio que haya conseguido poner límites a qué es metaficción. Así que, a efectos de este artículo, metaficción es narrar sobre lo que se está narrando, fundir en un mismo texto la ficción del relato y el relato de la ficción. Hay novelas sobre escritores que escriben novelas o ficciones que describen los procesos de escritura, como en «El Aleph» de Jorge Luis Borges (1949):
Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza aquí mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿Cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? (p.204)
La metaficción y las dificultades narrativas
A menudo ocurre que la distancia entre lo que se quiere narrar y las posibilidades narrativas parece insalvable.
En el fragmento de «El Aleph», Borges tiene en su mente el concepto y la imagen de ese objeto, pero también la autoconsciencia de la imposibilidad de una descripción que lo abarque. En el fragmento seleccionado, el autor reflexiona sobre el proceso de escritura irrumpiendo en el discurso narrativo, y, de ese modo, prepara al lector para la contemplación de la infinitud del Aleph que él no puede describir tal como lo ve en su mente.
Soldados de Salamina (2001) de Javier Cercas, es una radiografía de las tribulaciones del autor frente a su obra y el conflicto entre la realidad y la ficción. Vargas Llosa, en su crítica publicada el 03 de septiembre de 2001, escribió:
Los personajes de Soldados de Salamina y sus peripecias tienen una vida relevante por la destreza con que son evocados y comentados por el inteligente narrador, un narrador que se las arregla […] para contarnos cómo consiguió él contarnos esta historia, cómo nació la idea, qué problemas enfrentó mientras la escribía, qué ayudas tuvo, las depresiones que debió vencer…
Al final del prólogo de La historia interminable (1991), de Michael Ende, Bastián se pregunta:
Me gustaría saber, se dijo, qué pasa realmente en un libro cuando está cerrado. Naturalmente, dentro hay sólo letras impresas sobre el papel, pero sin embargo… Algo debe de pasar, porque cuando lo abro aparece de pronto una historia entera. Dentro hay personas que no conozco todavía, y todas las aventuras, hazañas y peleas posibles… y a veces se producen tormentas en el mar o se llega a países o ciudades exóticos. Todo eso está en el libró de algún modo. Para vivirlo hay que leerlo, eso está claro. Pero está dentro ya antes. Me gustaría saber de qué modo (p.17).
Luego, por debajo de la fantasía de la historia, navega una reflexión cuyo objetivo es dar respuesta a cómo se construye el universo ficcional y cómo cobra vida con la lectura.
Escribir sobre lo que estás escribiendo
La metaficción puede presentarse de diferentes modos, dos de los cuales se manifiestan cuando el personaje toma conciencia de que su ser es una ficción y cuando el autor habla con los personajes. Es algo habitual que la mente de los escritores no pare de pensar en escenas y personajes, casi obsesivamente, y hasta entable conversaciones con ellos.
Imagínate la escritura de tu novela como el escenario de un teatro. Ahora, imagina las cuatro paredes que lo enmarcan: la del fondo, las dos laterales con sus decorados, y una cuarta pared, invisible, a través de la cual el público —el autor— ve actuar a los personajes. Ellos no saben que «los estás observando» e «ignoran su realidad ficticia», como si esa cuarta pared fuese un cristal espejado. Y ahora imagina que rompes el cristal, accedes al escenario, y, en algo parecido a El Desorden de tu Nombre (1988) de Juan José Millás, uno de los personajes te dice:
—¿Quién eres tú?
Esperó a que el eco de la voz se apagara, se imaginó a sí mismo sobre su mesa de trabajo, escribiendo la novela de su vida, y respondió:
—Yo soy el que nos escribe, el que nos narra (p.74).
¿Qué puede aportarte escribir sobre lo que estás escribiendo? Veamos.
1. Creatividad y autoconciencia
Hasta ahora hemos visto algunos ejemplos de metaficción en la propia obra literaria. Sin embargo, es muy válido echar una mirada a la posibilidad de escribir sobre la obra en la cual estamos trabajando, narrar sobre lo que se estamos narrando, solo como ejercicio de creatividad y, también, de autoconciencia de las dificultades que nos presenta el proceso. Un ejemplo de esto son las Cartas a Louise Colet de Gustave Flaubert:
[Croiset] Domingo, once de la noche [19 de septiembre de 1852].
[…]
¡Cómo me fastidia mi Bovary! Sin embargo, empiezo a apañarme un poco con ella. ¡Nunca en mi vida he escrito algo más difícil que lo que hago ahora, diálogos triviales! Esta escena en la posada a lo mejor me lleva tres meses, no lo sé. A veces me entran ganas de llorar, hasta tal punto siento mi impotencia. Pero antes reventaré sobre esta escena antes que escamotearla. He de situar a la vez en la misma escena a cinco o seis personajes (que hablan), a otros varios (de los que se habla), el lugar donde están, toda la región, haciendo descripciones físicas de personas y objetos, y mostrar en medio de todo eso a un señor y una señora que empiezan (por coincidencias de gustos) a prendarse un poco uno del otro. ¡Y aún si tuviera espacio! Pero todo eso ha de ser rápido sin resultar seco, y desarrollado sin ser prolijo, guardándome a la vez para más adelante otros detalles que serían más llamativos ahí (p.226). […]
Toda la correspondencia que, entre 1846 y 1852, Gustave Flaubert mantuvo con Louise Colet, su amante, son un paseo por el proceso de escritura de Madame Bovary. No debería faltar en la biblioteca de ningún escritor.
Lo de Flaubert, y lo que vengo a proponer con este artículo, no es metaficción propiamente dicha, pero sus bases conforman un excelente ejercicio de creatividad y reflexión, tengas o no tengas amante.
2. Que no se enfríe la mano
El asunto es que no debería ocurrir, pero ocurre. Tenemos toda la historia en la cabeza o planificada concienzudamente en infinidad de fichas de 3×5 cm, posits empapelando la pared… y, así todo, se nos traba, entra en un punto muerto. O, simplemente, queremos darnos unas vacaciones de la novela. Sin embargo, todos sabemos que hay que escribir un poco cada día, que no hay que dejar que la mano se enfríe. Entonces, ¿por qué centrarnos solo en escribir la novela y no «escribir sobre de lo que estamos escribiendo»? Los efectos creativos son insospechados y, además, divertidos. Así que, si no estás inspirado, divaga sobre tu proyecto. Mejor fuente de inspiración, imposible.
3. Ampliar el conocimiento de tus personajes
Seguramente, tienes las fichas de los personajes o, si eres más de brújula, al menos tendrás sus rasgos grabados en tu cerebro. Desde luego, con esa información puedes escribir sobre uno o varios personajes, familiarizarte con ellos poniéndolos en situaciones incómodas o entrevistándolos. Es un método similar al taller de actores de Konstantín Stanislavski (studio), mediante el cual podrás experimentar las características del personaje y poner a prueba, corregir o ampliar los rasgos que definiste en su ficha, todo al margen de la novela.
En realidad, esto tiene mucho de lúdico, de abandonar el contexto «serio» del proyecto literario para jugar y experimentar relajadamente en un territorio sin guías argumentales predefinidas. Es como entrar en el escenario y hablar y convivir con ellos, tenerlos cara a cara y compartir unas birras… y lo que se dé.
Llevo un par de años trabajando en una novela, pero, más seriamente, unos seis meses. Mi última experiencia metaficcional fue hace un par de semanas, cuando me propuse conversar con Ivana Callejón, una de las protagonistas. Monté una escena en un restaurante de Madrid (lo busqué en san Google y todo) y cenamos relajadamente. Autor y personaje. De locos, ya sé, pero el diálogo –más bien una entrevista, sin incisos ni nada–, me aclaró algo que necesitaba definir: su condición sexual no depende de su sexualidad sino de la percepción que ella tiene de la vida. De ese modo, jugando a que puedo hablar con ella, conseguí definir la esencia de una escena de la novela que no acababa de convencerme.
4. Los derivados narrativos de la metaficción
Desde que empecé la novela, estos juegos metaficcionales me han traído cuatro relatos que, por sus características, no son funcionales para la trama, ni siquiera para las subtramas. Sin embargo, están conformando el corpus de una colección de relatos que, probablemente, esté en condiciones de ser publicado antes que la novela. A esos relatos los llamo derivados narrativos, como en las industrias cárnicas: El producto principal (la novela) y los derivados (los relatos).
Del mismo modo, te surgirán escenas, diálogos, escenarios o frases que encajan perfectamente en la historia, aunque no los tuvieses planeado. Ahora, sin lugar a dudas, lo que más me ha divertido son las «ideas de promoción» que me han surgido, como las viñetas que me han ayudado a vender muchos libros.
Si quieres ampliar la información sobre metaficción, tienes AQUÍ un artículo descargable titulado Metaliteratura y metaficción, percepción intelectual del tema, de Antonio J. Gil González.
Imagen destacada: Manos dibujando, M.C. Escher (1948)
Referencias
Ende, Michael (1991). La historia interminable. Buenos Aires: Alfaguara.
Borges, Jorge Luis (2011). EL Aleph. Barcelona: Editorial Sudamericana.
Vargas Losa, Mario (2001). El sueño de los héroes. Recuperado de http://elpais.com/diario/2001/09/03/opinion/999468046_850215.html
Millas, Juan José (1992). El desorden de tu nombre. Barcelona: Editorial Destino.
Flaubert, Gustave (2003). Cartas a Louise Colet. Madrid: Siruela.