Hay una verdad literaria demoledora: Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Abelardo Castillo o Roberto Bolaño (por no hacer una lista interminable), han escrito sus obras con las mismas palabras contenidas en las páginas del diccionario, y que cualquiera puede consultar. Desde esa perspectiva, la de tener a nuestro alcance las mismas palabras que utilizaron los autores que admiramos, y teniendo en cuenta que todos —algunos más y otros menos—, nos entendemos con las palabras, con la cuales convivimos del mismo modo que convivimos con el aire y el agua, casi que podría parecer sensato asegurar que cualquiera podría escribir Cien años de soledad. Sin embargo, a pesar de que la palabra es un material cotidiano, y a la vez tan poderoso, capaz de movilizar masas humanas, de hacernos felices o desdichados, pocos comprenden la fragilidad del oficio de escritor.
Carnadas y florituras
Según mí entender, y desde el punto de vista literario, existen dos tipos de palabras: aquellas que tienen la sustancia necesaria para que, como dijo Clarice Lispector, escribir sea «usar la palabra como carnada, para pescar lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra, la entrelínea, muerde la carnada, algo se escribió», y otras que son puro ornamento, floritura o, como dijo Borges, palabras asombrosas, presentes en la mayoría de los textos de los escritores noveles. El estilo de un escritor, más allá del concepto de la retórica tradicional, se define en su forma peculiar de seleccionar y combinar las palabras para transmitir su modo de ser y estar en el mundo. Ahora bien, ¿cuántas son las combinaciones posibles de palabras para escribir, por ejemplo, Madame Bovary? Además de esto, conocer todas las palabras contenidas en las páginas del diccionario, ¿alcanza para escribir un texto con valor literario? En su búsqueda de aligerar la narración y tomar distancia del narrador omnisciente, intrínseco de la época, Gustave Flaubert hizo un gran aporte técnico a la literatura: el estilo indirecto libre. Dicho de otro modo, Flaubert intuyó que sin las técnicas adecuadas, el poder de las palabras languidecería en la fragilidad de un texto condenado a no perdurar.
Allí radica la idea de fragilidad del oficio de escritor, en contar con un material poderoso, pero que de tan cotidiano que es, muchos olvidan que al igual que con la pintura o la música, también es necesario un proceso de aprendizaje de las técnicas adecuadas. Giovanni Papini nos da una respuesta muy ajustada: «Si un hombre cualquiera, incluso vulgar, supiera narrar su propia vida, escribiría una de las más grandes novelas que jamás se haya escrito.» Incluso conociendo todas las palabras contenidas en el diccionario, llevar al papel cualquier cosa que se nos ocurra no es escribir literariamente, ni nos convierte en escritores.
Imagen destacada: Simson Petrol