Cada vez que oigo, escucho, leo o escribo «estilo literario» no puedo evitar el recuerdo de la frase de Gardner Botsford: «Los malos escritores hablan del inviolable ritmo de su prosa». La búsqueda de un estilo literario que nos diferencie del resto de escritores no se trata de andar inventando originalidades nunca escritas, sino de encontrar la naturalidad de la voz propia. En esa búsqueda interviene la honestidad. ¿Qué es esto? Pues, por dar un ejemplo, no andar buscando sinónimos ampulosos para adornar tu prosa.
Lo normal es que el escritor principiante trate de escribir según cierta difusa noción del lenguaje literario y, sin saberlo, su estilo personal acaba sumergido en un exceso de literatura. He leído muchos textos de escritores en ciernes cuyas redacciones eran irreprochables pero narrativamente ineficaces. Redactar bien no es lo mismo que escribir literariamente. Por eso, es conveniente conocer —y reconocer— los registros de escritura que restan fluidez y naturalidad a la narración, y ver si el nuestro tiende a alguno de ellos.
El estilo formal
Hace unos años, un autor me envió un relato por correo electrónico para que le diera mi opinión. La redacción era correcta; sin embargo, tuve la sensación de que el autor trabajaba en algo que le exigía escribir muchos informes, y se lo hice saber; su respuesta confirmó mis sospechas.
El estilo formal es habitual en documentos administrativos, informes técnicos y científicos, discursos académicos, y en general, en todos los escritos de carácter impersonal y de tono meramente informativo.
«Tras el examen de los documentos por Ud. aportados y los datos declarados en la solicitud, esta administración considera cumplidos todos los requisitos que son de aplicación y procedemos a dar curso a la tramitación solicitada.»
Seguramente, una nota así nos producirá alegría, pero esa emoción no surge del propio texto, frío y distante, sino de la noticia de que nos han aceptado el trámite. Sin embargo, esta nota administrativa, cuya redacción es impecable, es ideal para entender aquello de que redactar bien no es escribir literariamente. Veamos un ejemplo de estilo literario formal aplicado a un texto narrativo.
«Como es lógico, cuando aquel hombre entró en el bar, me fue imposible no admirar su complexión física. Al cabo de un rato, se aproximó a mi mesa y me solicitó permiso para sentarse. Naturalmente, respondí, y a continuación iniciamos un animado diálogo que se prolongó hasta la medianoche. No tenía previsto enamorarme, ese era un asunto que no tenía cabida en mi agenda. No obstante, cuando advertí que la atlética anatomía de ese hombre llamado Juan no guardaba coherencia con la sensibilidad que manifestaba, llegué a la conclusión de que mi postura no sería inalterable.»
La redacción de ese párrafo es nítida y transmite con claridad los hechos. Cada una de las frases contiene una escena en la que ocurren cosas, lo cual, desde el punto de vista narrativo, es muy valorable. No obstante, el texto carece de matices que doten de humanidad al personaje e involucren emocionalmente al lector. Si Antoine Albalat pudiese leer este texto, diría que está escrito con
«[…]un estilo incoloro construido solamente con las palabras del diccionario; un estilo muerto, sin llama, sin imagen, sin color, sin relieve, sino imprevisto; un estilo llano y elegante, gramatical e inexpresivo; el estilo de los escritores que no son artistas; un estilo burgués y correcto, irreprochable, y sin vida. Con este estilo no se debe escribir».
(El arte de escribir y la formulación del estilo).
El tono formal, presente en la literatura del siglo XIX, mantiene una distancia con el lector que no resiste las exigencias de nuestra época. La clave para captar la atención de los lectores del siglo XXI, cuando las emociones cobran una dimensión nunca vista, es la empatía, poco probable de alcanzar a través del estilo formal. A pesar de ello, no hay que obsesionarse. Este estilo literario es útil como recurso ocasional.
Estilo enfático
En el extremo opuesto al estilo formal está el enfático. Un ejemplo clásico de este estilo sería el siguiente:
«Su corazón se estremeció ante aquel alarido escalofriante que desgarraba los tímpanos.»
Un escritor experimentado, para dar especial relieve a la escena, previamente construiría una atmósfera de sonidos leves que contrasten con el grito sobrecogedor. Por ejemplo, el sonido del roce del visillo en una ventana o el sonido de las hojas movidas por la brisa; y luego escribiría:
«Entonces se oyó un grito»
Para el escritor principiante, es posible que ese grito sea un gritito casi inaudible. Si lo analizamos, esta última frase es la descripción de un suceso, y la primera es una hipérbole, una exageración casi caricaturesca. Sin embargo, vamos a convenir que el estilo enfático revela cierto pedigrí literario porque denota riqueza de vocabulario y una buena dosis de ingenio. Incluso, bien trabajado, puede parecer un estilo literario espléndido (qué adjetivo que no me gusta). Cuando un escritor principiante dispone de estos recursos, no me cabe ninguna duda de que su escritura promete. Lo que ocurre, sinceramente, es que no me trago que el grito sea tan estremecedor y escalofriante como para desgarrarme los tímpanos. Y si todo el texto se desenvuelve en esa rutina de ampulosidad, de adjetivos y adverbios altisonantes y excesos verbales, acabaré por sentir que para el autor es más importante emperifollar la redacción que contarnos su historia.
Otro de los riesgos del escritor enfático es caer en la autocomplacencia de su maravillosa escritura y no aprovechar su capacidad e ingenio para dotar su literatura de mayor naturalidad y cercanía al lector contemporáneo. Es casi inevitable que el escritor principiante, en su afán de escribir literariamente, no caiga en este «exceso de literatura». De hecho, casi todos los grandes autores han comenzado su andadura por este camino, incluso J. L. Borges. Uno de los casos más estudiados en los talleres de narrativa, en cuanto al estilo enfático, son los primeros textos de Howard Phillips Lovecraft (ahora me caerán las maldiciones de sus fans, entre los cuales me encuentro). A continuación os transcribo parte del párrafo inicial de «El alquimista», escrito en 1908, cuando el escritor tenía dieciocho años.
«Allá en lo alto, coronando la herbosa cima un montículo escarpado, de falda cubierta por los árboles nudosos de la selva primordial, se levanta la vieja mansión de mis antepasados. Durante siglos sus almenas han contemplado ceñudas el salvaje y accidentado terreno circundante, sirviendo de hogar y fortaleza para la casa altanera cuyo honrado linaje es más viejo aún que los muros cubiertos de musgo del castillo. Sus antiguos torreones, castigados durante generaciones por las tormentas, demolidos por el lento pero implacable paso del tiempo, formaban en la época feudal una de las más temidas y formidables fortalezas de toda Francia.»
Parece que, con el tiempo, don Lovecraft moderó su estilo hiperbólico; podemos verlo en el siguiente pasaje de «El árbol en la colina», publicado en 1934, a la edad de cuarenta y cuatro.
«Mientras intentaba descubrir el núcleo central de esta zona desolada, me di cuenta de que en el lugar había un extraño silencio. No se veía ningún ave, ninguna liebre, incluso los insectos parecían rehuir la zona. Me encaramé a la cima de un pequeño montículo, intentando calibrar la extensión de aquel paraje inexplicable y triste. Entonces vi el árbol solitario.»
Entre ambos relatos transcurrieron veintiséis años y la diferencia es notable. Los cuentos de terror de Lovecraft siguen cautivándome, aunque en los de su madurez se advierte el valor de la experiencia. La diferencia entre ambos párrafos es la prueba de que el abuso de adverbios y adjetivos, por una parte, no garantiza la intensidad de la historia, y por la otra, se corre el riesgo de hacerla languidecer entre tanta grandilocuencia.
De cualquier modo, la hipérbole es un recurso literario como cualquier otro y podemos utilizarlo en un texto narrativo. Incluso, es una de las técnicas más recurridas en los textos humorísticos. En El guardián entre el centeno, el modo hiperbólico de hablar del protagonista es un rasgo que caracteriza su juventud y la fuerza de sus sentimientos.
El estilo retórico/poético
Según el DRAE, narrar es «contar, referir lo sucedido, o un hecho o una historia ficticios», bastante diferente de la «manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa» con la cual define la poesía. No obstante, una narración desprovista de matices poéticos, retóricos o enfáticos, debilitaría su fuerza expresiva. Un recurso poético puede potenciar la intensidad de una escena, y su abuso puede convertirlo en un texto pasteloso. Todo es cuestión de encontrar el equilibrio. El escritor con tablas sabrá discernir cuándo un recurso poético conectará la narración con el lector de un modo más intenso y seguro, o si es simple cosmética, de esa que no resiste el primer contacto con el agua. Es como el maquillaje excesivo, tarde o temprano se sabrá lo que hay detrás de tanto rímel, pintalabios y colorete.
Veamos el párrafo inicial de un texto que me envió una alumna hace unos años.
«El hecho ocurrió hace ya seis años. Eran las seis de la mañana, cuando el egregio coro de erráticos y trémulos astros languidecían ante la vehemencia de los primeros rayos solares, que franqueando los arreboles y las crestas iridiscentes de las montañas, atravesaron los valles y llegaron con su débil calor a las cimas de los montes costeros; uno de los rayos entró con cierta impertinencia a la modesta casita y, al sentir la caricia luminosa en su rostro, el niño abrió sus ojos a un nuevo día.»
Cuando lo leí, supe que debajo de ese estilo pintoresco había una buena escritora porque es indudable que está bien escrito, denota riqueza de vocabulario y una alta dosis de originalidad. Pero el texto es del todo artificioso, empalagoso, pura retórica inútil. Deja la impresión –casi diría certeza– de que la autora tenía más interés en mostrar la belleza de su estilo literario que en narrar su historia. Una pose. Todas sus energías estaban puestas en desarrollar su noción de lenguaje literario.
Esto que les cuento me trae a la memoria un párrafo de una de las cartas de Antón Chéjov a Alexander Chéjov:
«Al describir la naturaleza, uno debe atrapar pequeños detalles arreglándolos de tal manera que con los ojos cerrados se obtenga en la mente una imagen clara. Por ejemplo, si quieres lograr el efecto total de una clara noche de luna, escribe que un trozo de cristal de botella rota brillaba como una pequeña estrella en el estanque del molino, mientras la sombra oscura de un perro o un lobo pasó bruscamente como una pelota, y así sucesivamente. La naturaleza cobrará así vida si no temes comparar sus fenómenos con acciones humanas ordinarias».
El narrador siempre ha de tener presente que narrar es contar, referir lo sucedido, o un hecho, y al utilizar los recursos poéticos debe hacerlo con discreción, equilibrando el plano estético y el narrativo.
El estilo asertivo
Asertivo es un adjetivo derivado del verbo aseverar que, según la DRAE, significa asegurar, afirmar lo que se dice. Al igual que el formal, el estilo asertivo es apropiado para artículos periodísticos —excluidos los de opinión—, informes técnicos y científicos, y todos aquellos textos cuyo valor intrínseco y eficacia resida en la objetividad informativa. Pensarán que casi no hay diferencia entre el estilo asertivo y el formal. Reconozco que, en mis comienzos, me costó bastante llegar distinguirla, hasta que mi maestro, don Américo Calí, cuando estábamos analizando uno de mis cuentos, me dio algunas pautas. Eso fue hace más de treinta años, así que la transcripción, palabras más, palabras menos, se ajusta más a su esencia que al original.
«No seas tan asertivo, estás enunciando los hechos como certezas dogmáticas que el lector debe asumir. Escucha cómo habla la gente en el día a día. Cómo le cuenta Juanita a Pepita lo que le chismearon en la panadería.»
Recuerdo que anduve algún tiempo prestando atención a la forma de comunicarse de las personas y descubrí que los diálogos cotidianos están cargados de me parece, no sé, según me dijeron, quizás, tal vez, podría ser o yo creo que años después supe que se denominaban modalizadores (de los cuales tampoco hay que abusar). Esa naturalidad en el discurso de un narrador avezado es lo que se echa de menos en el estilo asertivo.
Hay un cuento de J. D. Salinger, «El periodo azul de Saumier-Smith», muy útil para analizar cómo no escribir asertivamente. Confieso que no soy innovador al presentar este relato para esta ocasión, ya lo hizo Ángel Zapata en La práctica del relato. Pero lo hago por dos razones. La primera es que soy un admirador infatigable de Salinger; segundo, porque con mi enfoque intento dar un paso más en el plano didáctico (es que hace años que duermo con una profesora, y eso influye).
«Mi padre y mi madre se divorciaron durante el invierno de 1928, cuando yo tenía ocho años, y mi madre se casó con Bobby a fines de esa primavera. Un año más tarde, en el desastre de Wall Street, Bobby perdió todo lo que tenían él y mamá, excepto, al parecer, una varita mágica. Prácticamente de la noche a la mañana, Bobby se transformó de ex agente de bolsa y vividor incapacitado en un tasador vivaz, si bien algo falto de conocimientos, de una sociedad norteamericana de galerías y museos de arte independiente. Unas semanas más tarde, a principios de 1930, nuestro terceto un poco heterogéneo se trasladó de Nueva York a París, más conveniente para el nuevo trabajo de Bobby. Yo tenía a los diez años un carácter frío, por no decir glacial, y tomé la gran mudanza, por lo que recuerdo, sin ninguna clase de traumas. La mudanza de vuelta a Nueva York, nueve años después, a los tres meses de la muerte de mi madre, fue lo que me alteró, y de un modo terrible.»
En negritas y subrayado, he destacado los modalizadores, con los cuales el narrador va matizando la rotundidad de los enunciados y lo dotan de naturalidad. Ahora bien, voy a volver a transcribir el mismo texto, pero quitando los modalizadores.
«Mi padre y mi madre se divorciaron durante el invierno de 1928, cuando yo tenía ocho años, y mi madre se casó con Bobby a fines de esa primavera. Un año más tarde, en el desastre de Wall Street, Bobby perdió todo lo que tenían él y mamá excepto una varita mágica. De la noche a la mañana, Bobby se transformó de ex agente de bolsa y vividor incapacitado, en un tasador vivaz, falto de conocimientos, de una sociedad norteamericana de galerías y museos de arte independiente. Unas semanas más tarde, a principios de 1930, nuestro terceto heterogéneo se trasladó de Nueva York a París, más conveniente para el nuevo trabajo de Bobby. Yo tenía a los diez años un carácter frío, glacial, y tomé la gran mudanza, sin ninguna clase de traumas. La mudanza de vuelta a Nueva York, nueve años después, a los tres meses de la muerte de mi madre, fue lo que me alteró, y de un modo terrible.»
No es difícil, ahora, entender las diferencias. En la versión original, el autor pareciera dialogar consigo mismo e involucra al lector en la charla (como si estuviera escuchando un chisme de panadería). Al retirar los modalizadores, el texto se ha convertido una mera exposición de hechos, ha roto los puentes hacia la empatía del lector, y hemos convertido un relato vivaz en un texto pasivo.
Ahora te toca a ti. ¿Tu estilo literario se parece a alguno de estos registros?
Basado en:
Ángel Zapata, La práctica del relato, Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja, Diciembre 2007, Madrid, pag. 53-66
Foto destacada de Chase Moyer en Unsplash
Si estos 4 registros de estilo son los que se deben evitar, entonces, ¿cuál es el que se debe seguir?
Espero sea tema de otro post.
Saludos.
Hola, Sara.
No se trata de cuál es el que debes seguir. Solo tienes que buscar la naturalidad de tu propia voz, no tener miedo a expresarte tal como eres tú. Estos cuatro estilos, muy habituales, nunca representarán tu propia forma de decir.
Un abrazo.
Hola, Ana:
Lamento que pienses eso, pero supongo que no has leído todo el artículo. Si lo haces verás que,efectivamente, sí menciono a Ángel Zapata en el propio texto y luego, en nota al pie, está la referencia bibliográfica en la cual me he basado.
De cualquier modo, el artículo no es textual. He agregado conceptos con la idea de enriquecerlo. En cualquier caso, son muchos los autores que ha tratado el tema de los estilos. Ángel Zapata los ha sistematizado, y no tengo conocimiento de que eso lo haya hecho otro autor.
Quizás pienses que la referencia bibliográfica no es suficiente y hubieras preferido que lo aclare al principio del artículo, y es probable que tengas razón en ese aspecto, pero no debes ser tan simple para entrar en un blog y dejar comentarios como es el que has dejado.
Saludos.
Excelente exposición Nestor Belda, muy didáctico y una gran ayuda para repasar conceptos olvidados. A margen de las críticas de personas envidiosas, agradecemos tu aporte a la escritura. Un gran abrazo.
Muchas gracias, Félix. Es estimulante que saber que lo que publico en el blog ayuda a otros escritores.
Respecto a «lo otro», bueno, exponerse en la red tiene estas cosas.
Un abrazo.
Creo que desde hace un tiempo, aquí, analizando mis textos he detectado que he mejorado mucho en restar adverbios y adjetivos innecesarios a la hora de narrar. Nunca me gustó abusar de ellos aunque la falta de práctica al principio lo convierte en algo inevitable. Creo que una de las prácticas que siempre me ha alejado en cierta forma de, decorar los textos, en vez de darles vida, es que antes de empezar a escribir narrativa, escribí muchos años versos de rap, ya que tenía un grupo. Este estilo requiere una forma directa y concisa de expresión al escribir y siempre me ayudo a escribir con las mínimas palabras posibles, aquello que quería expresar. Pero para la narrativa es diferente puesto que hay que buscar más equilibrios, no solo la concisión. Creo que lo adecuado es buscar una estabilidad entre todos los estilos y recursos existentes, cogiendo el valor de cada uno, aplicándolo en el momento preciso, en la cantidad justa, para luego transformarlo en uno personal.
Y hablando de estilo personal, es un placer leer tus consejos.
Muy útil para mí, que intento escribir y superarme día a día, claro y preciso, carezco de formación literaria porque soy economista, y con blog como los tuyos intento encontrar mi lenguaje que es rebelde y se inclina a lo formal
Hola, am no sé qué estilo sea lo que yo escribo, pero me gustaría que leyeras un poco de algo que escribí y más o menos me digas a qué estilo soy más parecido. Mundo fantástico.
“Cae la noche y es hora de elevarme y tener un cambio dramático lleno de euforia desgarrandome de ti.
Mi Dios llevame a infinitos insospechados dándome éxtasis de ti, adormeceme y has sentirme vivo. Mi Dios llevame a infinitos insospechados y mortifica el placer anhelado, mantenme en un estatus alto.
El siempre está ahí justo cuando lo necesito, me satisface, cambiame, logra que me olvidé de ti y has sentirme mejor.
Mi Dios llevame a infinitos insospechados dándome éxtasis de ti, adormeceme y has sentirme vivo. Mi Dios llevame a infinitos insospechados y mortifica el placer anhelado, mantenme en un estatus alto.
Y nunca me le alejaré de ti, no me abandones, sin ti no puedo vivir.»
Espero y me contestes y gracias.
Hola, Daniel:
Si lo que necesitas es un informe de lectura, contacta conmigo a través de este link:
https://nestorbelda.com/informes-de-lectura/
Un abrazo.
Interesante, para todo escritor que desea superarse.
Un abrazo
Es RAE, no «DRAE»
RAE es la institución (Real Academia Española); DRAE es el Diccionario de la Real Academia Española.