Los adverbios acabados en mente y el beicon

Desde hace décadas, los adverbios acabados en mente y sus primos, los adjetivos, son víctimas de una campaña de difamación contundente, a veces orquestadas por autores reconocidos que los pusieron a parir sátiros y vampiros.

Es lo de siempre: Un famoso da su opinión y los palmeros e ignorantes la repiten como si fuese un dogma bíblico. No sé cómo es que no han sustituido eso de «no fornicarás», un poco demodé, por «no usarás adverbios acabados en mente». (más…)

Técnicas narrativas: No me vengan con cuentos

Las técnicas narrativas tienen detractores y defensores.

Por un lado, están los escritores defensores que consideran que las técnicas narrativas son el paradigma de buena literatura. Por el otro, los escritores detractores opinan que las técnicas narrativas ahogan o dificultan ese impulso íntimo, genuino e irrefrenable de expresarse a través de las palabras.  Esto es normal, siempre ha existido gente a favor y en contra de casi todo. El problema de estas posiciones encontradas es el conocimiento, ya sea por falta de comprensión, por ignorancia parcial o absoluta o, simplemente, por conveniencia. (más…)

Mostrar, no explicar: Qué es y tres métodos para conseguirlo

Mostrar, no explicar. No conozco autor que no asuma dogmáticamente este axioma de la teoría literaria que comenzó a cobrar fuerzas a principios del siglo XX, aunque sus primeros vestigios los encontramos en torno a 1850 con Flaubert y sus esfuerzos por desterrar la voz autorial de las obras narrativas.

La esencia de mostrar, no explicar es la «escenificación». Percy Lubbock (1921) lo define así: (más…)

Mostrar no explicar y las emociones del lector

Narrar, según la RAE, es “contar, referir lo sucedido, o un hecho o una historia ficticios”, definición en cuya esencia reside la palabra acción. Sin embargo, lo habitual es que cuando comenzamos a escribir, en lugar de narrar, nos inclinemos hacia explicar la historia. El problema de mostrar los personajes y la historia mediante la acción, es que implica resignarnos a que el lector no interprete lo mismo que nosotros pretendemos transmitir. Las diferencias entre mostrar y explicar son tan sustanciales, que la lectura de nuestra historia puede convertirse en una vivencia cargada de respuestas emocionales por parte del lector, o en un acto pasivo donde su papel se reduce a leer las emociones que describe el escritor. Pero, de la teoría a la práctica hay un camino con curvas y contracurvas que hay que recorrer a la velocidad adecuada. (más…)

Cómo escribí «Un geranio no se seca ni dándole patadas»

La primera intención de estos post sobre cómo escribí los relatos de Todas son buenas chicas es abrir una puerta para que el lector pueda entrar en la cocina de mi escritura. La segunda es un intento de mostrar las bondades de las técnicas narrativas.

Uno de los pilares del andamiaje narrativo, además del narrador, los personajes y el espacio, es el tiempo. En general se aconseja que la temporalidad de un relato no abarque más de unos días, si acaso unos meses. Esto no significa que no se pueda escribir en media docena de folios una historia que abarca veinte o treinta años, pero requiere mucho dominio técnico. El problema es evidente cuando el escritor se sirve del resumen para transitar esos veinte años, lo cual implica que, necesariamente, habrá de EXPLICAR los hechos en lugar de MOSTRARLOS con escenas vivas en las cuales el lector observe a los personajes en acción.
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Los dos planos narrativos: el fondo y la forma

Todos los que escribimos, o casi todos, sabemos o intuimos qué es el ritmo en un texto literario, sea poético o narrativo. Sabemos, por ejemplo, que en el ritmo influyen la longitud de las frases y los párrafos, las rimas internas, la concisión, la naturalidad, la coordinación, subordinación y yuxtaposición de las oraciones y, muy importante, los tiempos y conjugaciones verbales. Hablar de ritmo es hablar de la agilidad o morosidad con que avanza la historia, y que debe ajustarse a las necesidades del tema y los distintos momentos de la trama. (más…)

Mostrar, no explicar: Hacerse la película

«El canario», de Katherine Mansfield, comienza así:

«¿Ves aquel clavo grande a la derecha de la puerta de entrada? Todavía me da tristeza mirarlo, y, sin embargo, por nada del mundo lo quitaría. Me complazco en pensar que allí estará siempre, aun después de mi muerte. A veces oigo a los vecinos que dicen: “Antes allí debía de colgar una jaula”. Y eso me consuela: así siento que no se le olvida del todo(más…)