En el mes de noviembre del año pasado, cuando hice la presentación de Todas son buenas chicas con Sole Raya, de Librería Nobel, en la sección de segunda mano encontré un tesoro: Cuentos 1, de Hermann Hesse. Es una edición bolsillo de Editorial Alianza, del año 1978.
Uno de los cuentos que incluye la colección es «Karl Eugen Eiselein», la historia de un hijo único que, en su afán de ser poeta, se desvía de los anhelos de sus padres. Karl cae en una vida licenciosa que acarrea a la familia deudas y disgustos. No obstante, la madre decide darle la oportunidad y le otorga cierto plazo para que consiga vivir de la poesía. Así es como, luego de leer unas páginas en las cuales las dudas comenzaban a asaltar al joven Karl, llego a la 76, y doy un respingo al encontrarme con esto:
«Si hubiese querido escribir como aquellos fabricantes de novelas pasadas de moda y como otras gentecillas por el estilo, seguramente no le habría faltado el éxito…»
De 1903 a 2015
En las páginas 77 y parte de la 78, Hesse se encarga de agravar la sensación de que no se puede vivir de la literatura y acaba dándole un palo a las mundo editorial cuando describe los términos en los que un poeta, supuestamente consagrado, responde a una carta de Karl:
En estas circunstancias, se permitía solicitar del señor Eiselein, cuya carta y cuyos poemas indicaban que era un delicado amigo del arte, un préstamo de 200 marcos, puesto que por entonces se hallaba en situación apurada. Era difícil de imaginar la vida de un poeta; por ejemplo, del libro El Todo. Una Trilogía, tan entusíastamente admirado por el señor Eiselein, no había cobrado más que 24 marcos con 75 pfennig de derechos de autor, a los tres años de su aparición […]
En el desenlace, el joven Karl desiste de sus ambiciones literarias y continúa con el negocio de su padre, aunque contempla su biblioteca con cierta nostalgia.
El cuento fue escrito en 1903. Nada nuevo en el patio editorial.
Os dejo a vosotros la reflexión.