Observo en Internet, en blogs y redes sociales, una proliferación de consejos de escritores experimentados destinados a escritores en ciernes. Algunos se refieren a la escritura propiamente dicha, es decir, uso de adverbios, de adjetivos, la extensión de las frases, el uso de la voz pasiva, gramática en general. Otros apuntan más a las técnicas y recursos literarios: diálogos, personajes, desbloqueo de la página en blanco, temas que suelen estar incluidos en los programas de cualquier curso o taller. Toda esa prodigalidad es de agradecer por lo útiles que resultan para cualquier escritor. Sin embargo, ¿es suficiente?
Me pregunto esto porque, después de treinta y ocho años aspirando a concretar una escritura verdaderamente literaria, aún me planteo cuál es su esencia. Esta inquietud, quizá metaliteraria, nace de la fragilidad que percibo en el oficio de escritor. Es como una sensación de desnudez. No hay pinceles, ni sonidos, ni colores, ni olores. Solo palabras y, con ellas, hay que fabricar una vivencia que las trascienda, y alcanzar la intimidad emocional del lector.
Más allá de las técnicas, los juegos del lenguaje
Tal vez sea una inquietud ineficaz; incluso, muchos podréis considerar que las palabras son eso, palabras y que no hay que darle vueltas al asunto. Pero a mí, de verdad, esa sensación fragilidad que me invade cuando quiero contar una historia, me corroe.
Yo creo en esos juegos del lenguaje que, más allá de las normas gramaticales y semánticas, se convierten en una escritura que consigue vulnerar nuestras defensas emocionales. Podría citar muchos ejemplos, pero voy a mencionar el siguiente:
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos»
Cualquiera sabe que los astros no tiritan, sino que titilan, y que tampoco son azules, y que las noches no son las estrelladas, sino el cielo. Sin embargo, frente a esos versos, yo no veo palabras, ni siquiera todos los recursos literarios utilizados. Solo veo y siento lo que vio y sintió el poeta: soledad, nostalgia, lejanía. Pablo Neruda, en esos versos, ha trascendido las palabras y, parafraseando a Clarice Lispector, se pueden echar afuera, porque podremos olvidar lo leído pero jamás lo sentido. Yo creo que esa es la esencia de la literatura: Construir para el lector una vivencia emocional que jamás pueda olvidar.
Técnicas y recursos literarios, gramática, semántica, experiencia y un diccionario repleto de las mismas palabras que utilizó Pablo Neruda. Esa es la caja de herramientas del escritor y, con ese kit, debe jugar esos juegos del lenguaje, donde las palabras escritas no están destinadas a habitar en los libros, sino en la intimidad emocional del lector.
Imagen destacada: L’Humanité..