Tenía pensado publicar un post sobre el discurso de los personajes, o sobre la importancia de lo que «no se dice» en un relato. Pero hoy estoy cursi y sentimental (que también tengo mis días, ¿vale?). Sirva esto de aviso para esos navegantes tóxicos que pululan por la red en busca de debilidades ajenas para camuflar sus propias incompetencias.
Ahora, lo que toca es organizar mis pensamientos para transmitir con eficacia mi cursilería y sentimentalismo. Si no lo consigo, será mi escarnio de escritor, como escribió Borges en El Aleph. Vamos allá.

Publicar Todas son buenas chicas
Publicar Todas son buenas chicas ha sido un punto de inflexión en mi vida literaria y personal. Sigo siendo un ilustre desconocido, pero ahora hay más personas que saben que existo. Para un hombre que hasta hace un año tenía veinticuatro contactos en Facebook (no os riáis que es cierto, veinticuatro contactos) es un cambio sustancial en su estilo de vida.
Todas son buenas chicas ha sido un punto de inflexión en mi vida literaria y personal. Clic para tuitear
Por suerte, el libro se vende más allá de mis propias expectativas, y el boca a boca empieza a hacer su trabajo de hormiga.
He recibido reseñas muy valiosas, todas espontáneas, condición muy significativa en un sector donde los autores van buscando reseñas que impulsen sus obras. He tenido la buena fortuna de no haber necesitado pedirlas.
Hace unas semanas, a raíz del encuentro (y desvirtualización) de una persona que me seguía en Facebook, con cuya pareja compartimos unas cuantas horas (y acabamos compartiendo varias más), me he detenido a reflexionar en que todo eso (las ventas, las reseñas, la opinión de los lectores) son solo beneficios colaterales. Los verdaderos beneficios se los cuento ahora.
Desde que publiqué el libro, se han incorporado a mi cotidianeidad personas que, poco a poco, han ido conformando mi red de contención social, aquella que se pierde cuando, como lo hicimos Silvina y yo, se decide abandonar el país de origen. Hay que ser inmigrante para comprender la esencia y trascendencia de este sentimiento. Todos tenemos nuestro pueblo, nuestro barrio, nuestro país, y unos lazos afectivos y culturales que forman parte de nuestra identidad. Es nuestra red de contención social.
Desde que llegamos a España en 2002, hemos tenido claro los costos emocionales que deberíamos pagar por nuestra decisión, y que volver a tejer nuestra red de contención social sería una labor que requería un ánimo muy templado. Seguramente, porque me lo han preguntado diez mil o veinte mil veces, os preguntaréis por qué emigramos. No voy a entrar en detalles de ninguna índole, porque nuestra perspectiva puede lastimar la de otros inmigrantes. Cada ser humano tiene un modo de ser y estar en el universo.
Solo me limitaré a decir esto: «No tenemos la libertad de elegir el lugar dónde nacer, pero sí dónde vivir, y nosotros pudimos, con muchas dificultades, hacer realidad nuestra elección».
«No tenemos la libertad de elegir el lugar dónde nacer, pero sí dónde vivir» Clic para tuitear
La publicación de Todas son buenas chicas me obligó a exponerme al mundo, a abrirme a las redes sociales, por la propia
necesidad de difundir mi trabajo. Me ha ido bien. Pero, ¿ha sido suerte? No, de ningún modo. Es cierto que yo he hecho mi trabajo, pero tengo por una verdad inalienable que sin todas esas personas que, desinteresadamente, me han brindado su apoyo, no lo hubiese conseguido. Todas ellas, sin saberlo, han ayudado a retejer mi red de contención social y a arraigar mi sentimiento de pertenencia a esta sociedad. Si alguien me lo hubiese avisado, con seguridad habría superado muchos años antes mi reticencia a publicar.
Solo por eso, por todas las personas que he conocido, para mí Todas son buenas chicas es un gran libro, al margen de lo literario.
Se los dije, hoy estoy cursi y sentimental, pero hay que ser inmigrante para entender todo esto.