Lo cotidiano en la poesía actual

El transcurso del Siglo XIX al Siglo XX en el campo de las artes y la literatura siempre me ha resultado fascinante, dado que en él se produjo una ruptura de la concepción de la estética y de su sentido. Poetas como Rimbaud o Mallarmé y, anteriormente, Walt Wittman —considerado como el padre de la poesía en verso libre— comenzaron a experimentar con propuestas que iban más allá de la frontera tradicional del lenguaje. Se propusieron «restaurar en el lenguaje un estado fluido, provisional» y «devolver a la palabra el poder de encantamiento»[1]. Las palabras se alejaron del entendimiento del lector corriente conteniendo —en mayor o menor medida— un mensaje hermético, como si su significación dependiera de un código cifrado. De igual modo ocurrió en el resto de las artes, como en la pintura, donde el artista ya no pinta lo que ve, sino lo que siente.

Lo cotidiano en la poesía actual

El paso a la modernidad, abandonando los cánones vigentes, es evidente y eso provocará un exaltado debate entre detractores y simpatizantes de la corriente renovadora. Sin embargo, el puntapié fue dado y habría de generar una evolución no solo enriquecedora sino también irreversible. «Mantener el paso ganado. Hay que ser absolutamente moderno». dijo Rimbaud.

A partir de esta ruptura, favorecida por los cambios socio-culturales, políticos y tecnológicos de la época, hemos llegado a una literatura que, en la actualidad, por un lado solapa y escapa de lo real —lo cotidiano— y, por la otra, da cuenta, o más bien refleja, los actos de nuestra vida diaria.

Desde este enfoque, lo cotidiano en la poesía actual, planteo una de las unidades didácticas de mi taller de escritura poética. Que la poesía es parte de lo cotidiano, eso es inevitable, en tanto lo cotidiano es inherente a nuestra vida y a todo acontecer que en ella ocurra. La diferencia la establece el poeta utilizando un lenguaje más o menos comprensible, y que dependerá también de su conexión interna con la vida de su entorno.

Un buen ejercicio, con el cual intento motivar a mis alumnos, es transformar un pensamiento o hecho presente —palpable, cotidiano— en expresión poética y viceversa. Más precisamente, a lo que me refiero es cómo un simple acontecimiento de la vida real, el tic tac de un reloj, mirarse a un espejo o ver el reflejo de una cuchara en una jarra de agua, se transforma en situaciones que nos conectan con nuestro yo interior y, por qué no, con nuestro yo poético, impulsando la energía y la magia necesaria para combinar sensibilidad, observación y comunicación, a través de la escritura poética.

Álvarez Muro (2012) expresa: «Lo poético es una des-automatización del habla cotidiana por lo que la focalización y el contraste son centrales a la poesía, es el contraste ante las normas del texto. Cabe señalarse que algunos consideran las estructuras poéticas como secundarias y parasitarias…»[2]

Recuperar la realidad puede no ser una tarea fácil. Podemos perdernosos, frustrarnos, hasta rendirnos, pero también es cierto que algo sucede frecuentemente: la realidad queda encubierta en las rutinas y su conocimiento, y como forma de abordaje a la verdad, cae en trampas laberínticas.

La realidad no solo se muestra mediante la copia, si no también mediante la síntesis. Muro afirma que existe una tendencia al continuo oralidad/escritura, haciendo énfasis en que dicha relación es cada vez más estrecha. Entonces no solo es cuestión de reproducirla (a la oralidad) a través de la escritura cotidiana sino re-interpretarla o traducirla a los signos artísticos.

Según Prado (1993) la «poeticidad» no está necesariamente ligada a la versificación y la manipulación porque estas también son propias de otros textos. Para R. Jakobson, la poeticidad es el conjunto de rasgos literarios con valor estético. Para que esta exista, el lenguaje tiene que conducir a la revelación de la experiencia humana. El escritor parte de su experiencia y escribe desde ella. Es su experiencia la que condiciona la forma.

Por eso, la poesía es inherente a lo cotidiano —y viceversa—, al grado de estar presente tanto en las vivencias personales, las relaciones interpersonales, así como en las propias del individuo, la comunidad y el espacio, sea este último rural o urbano.

Para finalizar, Eugenio Montejo [3] nos dice:

La poesía

La poesía cruza la tierra sola,

apoya su voz en el dolor del mundo

y nada pide

—ni siquiera palabras.

 

Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;

tiene la llave de la puerta.

Al entrar siempre se detiene a mirarnos.

Después abre su mano y nos entrega

una flor o un guijarro, algo secreto,

pero tan intenso que el corazón palpita

demasiado veloz. Y despertamos.

 

María Mónaco, profesora del Curso de Escritura Poética


[1] T. A. Adorno, Teoría estética, Barcelona, Orbis, 1983, p. 283.

[2] Álvarez Muro, Alexandra: Poética del habla cotidiana. Estudios de Lingüística del Español. Volumen 32. Año 2012

[3] Caracas, 1938 – Valencia, 2008.

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