La mirada objetiva del corrector

Gardner Botsford fue, durante 40 años, editor de la revista The New Yorker. En su libro Life of Privilege. Mostly expone algunas reglas generales de edición, fruto de sus años de experiencia. En la nº 2, dice:

«Los buenos escritores se apoyan en los editores; no se les ocurriría publicar algo que nadie ha leído. Los malos escritores hablan del inviolable ritmo de su prosa».

No es que Botsford hubiera escrito un concepto que yo ignorase, e intuyo que todos los que se dedican a la edición también lo saben.

En «Cada escritor lo es a su manera», digo que la evolución de un escritor se construye con pasión, aprendizaje, experiencia y honestidad, y que pasión significa esfuerzo y humildad. De algún modo, mi concepto recorre la frase del editor de The New Yorker, de la primera hasta la última letra.

Existen muchas razones, y muy concretas, que justifican que un escritor recurra a un corrector literario para pulir su obra. Internet está colmado de recomendaciones, pero hay algo que nadie, o que casi nadie, alude, y es el aprendizaje y la experiencia: El proceso de corrección de una obra debe ser para el autor una experiencia enriquecedora. Con los años he aprendido que cuando me encuentro con una frase, digamos que como esta: «Julia necesitaba hablar con Ramón de un tema importante y trascendental», debo explicarle al autor las razones por las cuales hay que quitar uno de los adjetivos.

También soy escritor (en los ratos que me quedan libres) y, como todos, tengo mi puntito de amor propio. Por esa razón, una de las preguntas que suelo hacerle al autor antes de aceptar el trabajo es: ¿Estás dispuesto a escuchar cosas que quizá no sean agradables para tu orgullo de escritor? La mayoría contesta que sí, que les interesa aprender. Es notable. Cuando un escritor me envía su segundo libro para someterlo a edición, enseguida advierto que un porcentaje de los errores cometidos en el primero —estructurales, de construcción de los personajes, de fluidez de los diálogos, etcétera—, ya no los comete, lo cual es un valor añadido no monetizado que recibe el autor, pero que, para ser disfrutado, requiere humildad. Y la humildad de un escritor forma parte de su pasión literaria.

Esto no significa que las indicaciones del corrector literario no admitan dudas ni disputas. En lo que a mí respecta, no soy infalible. En más de una ocasión se me plantean situaciones que me exigen recurrir a manuales especializados, incluso a la opinión de un colega. Pero mi mayor temor son esos «piojos» editoriales que tienen la virtud de colarse impúdicamente en la obra. En mi versión de 1984 de George Orwell hay una frase que dice «Los demás es [se] esfumaban, seguramente en los campos de trabajo forzados». Ese «es», en lugar de «se», es un piojo editorial.

En qué consiste una corrección literaria

La corrección literaria se realiza en tres niveles, de menor a mayor complejidad: Corrección ortotipográfica, corrección de estilo y corrección estructural o editing.

La única norma inevitable es la ortográfica, y cuando la violamos con fines literarios, utilizaremos cursivas para indicarlo. En la corrección ortotipográfica hay que subsanar todas las faltas ortográficas no intencionadas, las de acentuación, el uso apropiado de comillas, cursivas, abreviaturas, guiones y demás signos ortográficos, y también aquellos fallos de puntuación que, más allá de las normas, pudiesen alterar el sentido del enunciado. En general, de esta fase «podría» ocuparse el escritor, con la ayuda de diccionarios, manuales de ortografía y de estilo e, incluso, de lectores cero. Pero hay una verdad inapelable: El peor corrector de una obra literaria es el propio autor. El cerebro la conoce tan bien que para leerla con la atención requerida por el proceso de revisión, primero debería deshabituarse a ella.

La corrección de estilo se ocupa de los planos sintácticos, semánticos, gramaticales y expresivos, que si bien no son tan rígidos en cuanto a normativa, podrían actuar en detrimento del estilo del autor. Algunos fallos habituales son:

  • Pleonasmos que, aun siendo recursos expresivos gramaticalmente correctos, son nefastos desde el punto de vista estilístico.
  • Redundancias.
  • Uso incorrecto del gerundio (muy habitual).
  • Cacofonías, rimas internas.
  • Fallos de concordancia en género y número.
  • Uso incorrecto e incoherencias en los tiempos verbales.
  • Figuras retóricas inapropiadas.
  • Muletillas y vicios de estilo.
  • Imprecisiones léxicas.
  • Repetición injustificada de palabras.
  • Expresiones y formas inconsistentes.
  • Estructura de las frases.
  • Ambigüedades (cuando no son intencionadas).

Esta fase es más complicada que la anterior, básicamente porque el lenguaje es flexible, lo cual convierte la gramática en una herramienta literaria. Algunas técnicas narrativas, como el fluir de la conciencia, se caracterizan por ciertas incongruencias en la organización gramatical. El corrector, entonces, debe valorar si un enunciado aparentemente imperfecto no es en realidad una decisión estilística o técnica del autor.

La tercera revisión es estructural —para mí la más importante—, más conocida como editing. Un texto limpio de errores ortográficos, gramaticales y normas de estilo es tu sello de calidad, la imagen profesional de tu obra, especialmente si planeas presentarla en un concurso, o enviarla a un agente literario o a una editorial. Al margen de ello, no poner en cursivas un extranjerismo —como indican las normas de estilo— o piojos como el que encontré en 1984, aunque quede «feo» no afectará la esencia de la obra. Sin embargo, si la novela es aburrida o contiene contradicciones que ponen en juego la credibilidad de la historia, corres el riesgo de que el lector abandone la lectura. El editing se ocupa de que todos los engranajes de la estructura funcionen como un mecanismo perfecto de coherencia y tensión narrativa. A continuación enumero algunos de los aspectos que contempla el editing:

  • Visibilidad: Qué momentos elige el autor para mostrar (escenas) y qué momentos para explicar (resúmenes).
  • Construcción, coherencia y evolución de los personajes.
  • Analizar la estructura temporal de la novela y la adecuación de los recursos utilizados en estructuras no lineales.
  • La ambientación: ¿Los detalles descriptivos son funcionales y contribuyen a que el lector «pasee mentalmente» por los escenarios?
  • Objetivación del tema.
  • Diálogos: Naturalidad, adecuación a las características de cada personaje, utilidad, fluidez, etc.
  • Ritmo: ¿Decae la tensión, transmite la sensación de que la historia no avanza?
  • Verosimilitud: ¿Los hechos narrados responden al principio de causalidad?
  • Curva dramática: Consistencia del conflicto (sin conflicto no hay historia), aprovechamiento de las claves dramáticas, etc.

Una historia, aunque impecable a nivel ortográfico y gramatical, perfecta en cuanto a normas de estilo, si tiene fallos en la organización y el desarrollo de los elementos de la estructura narrativa, será un bodrio. Sin lugar a dudas, un lector aceptará, incluso ignorará que no usemos adecuadamente las comillas o que aparezca un error en una conjugación verbal, pero no perdonará un personaje inconsistente o un desenlace poco creíble.

Como corrector literario, procuro que mi intervención en la obra sea invisible. El estilo del autor es intocable. Ese es, justamente, unos de los aspectos a observar en la labor de editing. Si la actitud del corrector o editor es invasiva, la obra acabará siendo un batiburrillo en el cual la mano de su creador aparecerá como un rasgo difuminado. El corrector literario debe ser capaz tanto de detectar las deficiencias como la de sugerir las soluciones adecuadas, pero la reescritura siempre debe hacerla el autor, lo cual garantizará la conservación de su estilo.

La mirada objetiva del corrector literario

La corrección de una novela (o un cuento) comienza en casa. Es comprensible la ansiedad por ver publicado ese trabajo que nos ha consumido meses, incluso uno o más años, pero conozco muchos escritores arrepentidos de haber publicado su primer libro. Nunca lamentarás no haber publicado lo primero que hayas escrito. La creación de una obra literaria es un proceso vivo, cargado emociones que no favorecen la objetividad imprescindible en la etapa de revisión. Ello justifica la constante recomendación de dejar reposar los textos, es decir, enfriar las emociones. Así que lo primero es distanciarse de la obra y, luego, bajar los niveles de ansiedad. Una buena manera de conseguirlo es embarcarse en un nuevo proyecto mientras el del cajón madura.

Tengo por norma solicitar tres o cuatro páginas de muestra para «verificar» el nivel de intervención que requerirá la obra. Luego de llegar a un acuerdo, comienzo con el análisis estructural. No tiene sentido abordar la corrección ortotipográfica y de estilo sin saber si será necesario «sugerir» reescrituras o supresiones. Destaco el verbo sugerir porque, a excepción de la ortografía y los fallos gramaticales y sintácticos incuestionables, el resto son recomendaciones. La última palabra siempre es la del autor. En esta etapa, procuro que los canales de comunicación con el autor sean fluidos. Esta primera lectura de análisis estructural me permite, además, reconocer y meterme en la piel del estilo, algo muy valioso para el resto del trabajo.

Aunque os parezca paradójico, yo recurro a la mirada objetiva del corrector literario para pulir mis textos. Dicho de otro modo, he experimentado la incertidumbre que produce ser corregido, y por ello soy consciente de que, cuando actúo como corrector literario, la obra que tengo ante mí, con sus luces y sus sombras, es ante todo una expresión artística. Mi función, entonces, es ensalzar sus virtudes y proteger el estilo del autor.


Si necesitas asesoramiento para corregir tu obra, no dudes en enviarme una consulta.

7 comentarios en “La mirada objetiva del corrector”

  1. Excelente entrada. Muy profesional, asertiva y puntual. Soy de los que cree que es imprescindible hacer pasar las obras por las manos de un editor, pero sé de algunos escritores amigos que opinan lo contrario, argumentando no necesitarlo. Craso error.

  2. Gracias por la aportación. Es de agradecer cómo se nos disipan las dudas con entradas como esta, sin embargo a medida que se resuelven algunas surgen otras.
    ¿Es necesario para un escritor elegir a un corrector en función al género en el que se maneja?
    A partir de hoy tienes un seguidor más
    Saludos.

    1. Hola, Carlos, y feliz 2016.
      En general, un corrector debería poder trabajar sobre cualquier texto literario. Las técnicas narrativas son básicas para cualquier género. Es decir, la solidez de una trama o la adecuación de un diálogo a las caracteríscas de los personajes son independientes del género.
      Otra cosa es la poesía, que requiere conocimientos específicos, para lo cual yo no me siento idóneamente capacitado.
      Un abrazo.

  3. JULIO LOPEZ GADEA

    Buenas noches, Néstor. He visitado tu página con interés.Tus principios y métodos acerca de la formación básica de un escritor me parecen solventes, frutos de la experiencia y los conocimientos adecuados.
    En cuanto a mí, estoy escribiendo mi primera novela y he leído ya demasiadas recopilaciones de reglas y consejos. No estoy muy seguro de que me hayan sido demasiado útiles. Mi experiencia anterior consiste en nueve obras de teatro infantil-juvenil y algunas adaptaciones de cuentos clásicos al teatro, todo ello representado y dirigido por mí. He escrito varios poemarios de haikus y algún relato corto. Salvo lo que he publicado en Google, no he pasado de la edición casera para presentar a los amigos.
    Lo cierto es que, en ocasiones, paso por momentos de confusión y desánimo. Soy jubilado y tengo tiempo, quizás sea cuestión de voluntad.

    Perdona que haya sido tan prolijo. Lo cierto es que tenía ganas de desahogarme. Gracias por escucharme.

    1. Hola, Julio.
      Antes que nada, por favor no mires las técnicas narrativas como «reglas». Respecto a los consejos, ten en cuenta que muchos son fruto de la experiencia personal de cada autor, y por lo tanto no son verdades inexpugnables. Por eso mis artículos nos son «fórmulas mágicas», sino reflexiones acerca de esa diferencia entre un texto bien redactado y la literatura. Por supuesto, de esas reflexiones nacen MIS convicciones, que algunas están en mis artículos de mi blog.
      Por esa razón, en mis cursos los objetivos son que los participantes «aprendan a leer como escritor» y a reflexionar sobre lo que están haciendo con cada palabra que escriben, y a ello se llega a través del conocimiento de las técnicas narrativas.
      Julio, todos pasamos por momentos de desánimo. Creo que tu bagaje vale mucho, y seguramente lo haces muy bien.
      Un abrazo.

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