La primera tesis de Ricardo Piglia, en su «Tesis sobre el cuento», es que «un cuento siempre cuenta dos historias». Luego, en la segunda, dice que «el arte del cuentista consiste en saber cifrar la historia dos en los intersticios de la historia uno», y agrega que la historia profunda emerge en el desenlace.
También está la Teoría del iceberg de Ernest Hemingway, en la cual el autor de El viejo y el mar dice algo así como que lo que sostiene la historia es lo que «no se dice». ¿Cuántas veces habéis escuchado o leído que en narrativa es tan importante lo que se dice como lo que no se dice? Si quieres saber sobre esto, podéis leer mi artículo en la web de Victor Selles.
Mi opinión, personalísima, es que en y que lo convierte en un género muy exigente, radica en la dificultad de abrir un universo con poquísimas palabras, en conseguir que la historia no se quede en lo escrito. Comprendo que esto es más fácil decirlo que hacerlo, pero el primer obstáculo que debe vencer el cuentista es el miedo a no ser entendido o, dicho desde la acera de enfrente, debe vencer la necesidad de explicarlo todo.
La magia de la narrativa breve: conseguir que una historia no se quede en lo escrito. Clic para tuitear
Reconozco que, como Txaro Cárdenas afirma en la reseña de Todas son buenas chicas en la Revista MoonMagazine.info, soy un escritor parco de palabras y que dejo mucho sometido al arbitrio del lector. Pero me satisface que otros valoren esto positivamente, como Dorcas Morirmariel en su blog Alas Negras, que en su reseña de mis relatos dice:
«[…] consigue que en apenas unas hojas sientas, vivas y te alimentes de una serie de mujeres cuyo relato apenas dura un suspiro».
El cuento de esta entrada, «Vale, Paula», es una historia cuya esencia se hace evidente en el desenlace. Al menos, eso he intentado.
Vale, Paula

Este cuento lo escribí en febrero de 2013. La idea surgió de una extraña asociación. Por aquellos días apareció, en casi todas las primeras planas de la prensa española, la noticia de un hombre que se suicidó cuando los funcionarios de justicia iban a ejecutar la orden de desahucio. Al lado de la noticia había un anuncio de una compañía de telefonía móvil y, me pregunté, qué hubiese ocurrido si un minuto antes de que esta persona se quitara la vida le hubiera sonado el móvil. Escribí una frase en un posit: «Estaba a punto de suicidarse cuando sonó el teléfono móvil», lo pegué en la pared del escritorio y allí estuvo un tiempo considerable. Una buena frase, pero sin historia que la cobije. Curiosamente, no aparece en la versión final de «Vale, Paula».
Como dije en una de las trastiendas, solo me siento a escribir una historia cuando la única forma de que deje de perseguirme es escribiéndola. A partir de esa frase, y con la relectura de algunos de mis clásicos preferidos (cada tanto vuelvo a ellos como sistema de autoayuda), el tema y el relato fueron cogiendo forma.
Cuando una idea me persigue, la exorcizo escribiéndola. Clic para tuitear
Una de las relecturas que me dio alguna pista de por dónde debía llevar la historia fue la de «Un día perfecto para el pez plátano», de J. D. Salinger: un cuento donde nada es lo que parece. Por supuesto, no creo que «Vale, Paula» tenga el nivel ni siquiera de uno solo de los cuentos de J. D. Salinger pero, al menos, no son pocos los que me han comentado que está entre sus preferidos.
Como siempre, los lectores tienen la última palabra.